No tardo nada en darme cuenta, llora
con tanto dolor que gimen el viento
y la luna derretida de lamento
en la madrugada vestida de negra hora.
El lobo y el oso corren sin demora.
A una colmillo con zarpa, momento
de salvaje cruce, el rojo cuento
de una última marcha, perdedora.
Once marcas en costado y manos
portaba el abatido, su hijo.
Sobre el cuello no alcanza recuerdo.
Monte de mísera piedad, átanos
con negra venganza, nuestro cobijo
de espada y gran martillo, por el muerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario